viernes, 30 de septiembre de 2022



"Diáfano lixiviado"


Carente de raíces étnicas,
Bastardo y pálido me muevo;
No hay rasgo afro o aborigen,
En mi cara de cal fruncida,
Tampoco vestigio de dignidad,
Pues todo orgullo seria racista;

Soy basura blanca,
Herencia de látigo y antorcha;
Soy blanca basura, 
Desperdicio de vida y salud;

Mi territorio ancestral,
No existe de modo ninguno,
Y aun cuando poder no poseo,
Siendo uno más del montón;
No dudo mis antepasados,
Despojando, harto mal hicieron;

Soy basura blanca,
Legado de opresión y satrapía;
Soy blanca basura,
Residuo de coacción despreciable;

Alcanzar sensibilidad suficiente,
Para suplicar perdón quisiera,
Por aquellos que precediéndome,
No licuaron fluidos genitales,
Para que fuese mi aspecto,
Más parecido a cualquier otro;

Alcanzar sensibilidad suficiente,
Para suplicar perdón quisiera;
Pero aborrezco mi origen tanto,
Como el más sensato podría;
Entre arios soy lunar oscuro,
Entre mestizos, escoria sin pasado;

Soy basura blanca,
Sucesión de espada y grillo;
Soy blanca basura,
Presión en hierro de marca;

No merezco subsidio alguno,
Tampoco valoración social;
Soy aquel bolsillo descosido,
Que en la mitad nada define,
Variante de un cero moderno,
Silencio de reyes y delfines;

Soy basura blanca,
Y no espero lo comprendas;
Soy blanca basura,
Plastrón de uñas traslucidas,
Azabache casi lacio,
Que sin significado cultural,
Aguarda a desvanecerse,
Sin incomodar a nadie.

Fernando Garcia M.

lunes, 19 de septiembre de 2022



"Animal interior"

Qué se siente ser descubierto en flagrancia. Es como arrojar un búmeran colosal y considerar atraparlo con los dientes. No obstante, se debe tener una dentadura canina, inevitablemente. Lo que me recuerda una vez conocí a un adulto mayor a quien sus allegados solían llamar “jeta é perra”. Se rumoreaba vendía cachorros bastardos como galgos de raza en algún punto de la antigua calle de las vacas; imposible corroborarlo (risas). Vaya viejo, pero que ocicote tienen. Como sea, ser sorprendido siempre resulta apasionante, nada como ver la oxidación absoluta e instantánea de la ingenuidad, la combustión de la esperanza inocente, de la curiosidad de averiguar qué sucede. Desde luego, más apasionante que ser sorprendido, en el sentido de ser descubierto en flagrancia, es sorprender a otros intentando comprobar lo que considerarse podría, sus propios búmerans. Santo Niño, Santo Niño, cuantas encías colmadas en rutilantes piezas sin corona. Contiene acaso la canción que entonaban las sirenas algún secreto que por hermoso que fuese, ameritase entregarse a la furia espumosa del naufragio. Nadie lo sabe realmente, aquellos que se atrevieron por almohada lograron eriales rebosantes en arenas abisales.

Qué se siente la certeza de que certeza se tiene de la certeza misma que de uno se percibe vista en el otro (espejo, espejito). Es como una escalera que alternada de peldaños encumbra sobre elevaciones artificiales al nacer espontaneo de prominentes alas dorsales. Estrepitoso, despiadadamente estrepitoso. Desgarrador cual ecos de ramas que a los costados zumba corriendo de revés en proporción al peso. Siempre vendría bien en aquellos casos, tener si no un derrier sobrado en carne nervosa, un sacro significativo que lamido de colgajos sepa absorber el detalle (la caída). Lo cual pasa obligatoriamente por tener que levantarse para ascender nuevamente, y así en lo sucesivo hasta que o se desiste de extremidades con plumas, o literal, se sale volando. Siempre puede verse también, y ello sin sonrojarse demasiado, que deseable sería en poca o ninguna medida, el intentarse a igual usanza un par de branquias robustas. Madre Inmaculada, Madre Inmaculada, incontables son los discursos que eslabonados por burbujas sin pompa componen silencios nunca confortables. Abordé un taxi la otra mañana, ineludible fue sonreírte; el chasis torcido, los tapetes empapados y esa sensación de desliz gratificante, bamboleante en semejanza como solías. Conmovedor fue sin duda el momento, conmovedor aún en el aroma que en oferta impregnaba el habitáculo maltratado. El teclado también ríe ahora, lo hace como si fuera a llorar, lo hace carente de recamara o pólvora, incluso carente de ritmo que reprocharse.

Todo con magnificencia exagerada puede sobreponerse si gustas, sin embargo, no lograr precisar el monto o el trayecto, recalca el parachoques aboyado cruzado en vetas ladrillo. Desfasada delatora puede ser también la circunstancia; llantas desbalanceadas en costras de metal carmesí salpican en temeridad obtusa, desgajando gráciles ondas al cruzar la avenida. Aguardar puede ser una digna desdicha embutida de placeres humildes; rememorar charcos de invierno en inúndenos sugerentes, corresponder con indiferencia el mirar de la gente atrapada en otras indiferencias (y terrazas), y si se tiene suficiente suerte, presenciar la unión de alguna criatura a la fuerza que fluye siempre hacia abajo. Imaginar se debe entonces un violáceo tan radiante, que en dórico-lidio deba ser fondeado a gran revolución, ostentando siempre arduo caldeo y recogimiento hermético, ostentando porque no, los fueros de días que menguados con decoro se repiten en otras pieles aparentando novedad. El dormir sigue reparándolo casi todo, conciliarlo siendo en ocasiones difícil, conduce a perturbadoras composiciones cómplices de sombrío reposo; despertar es programable. Tomar asiento supone reflujo tanto como artritis, por ello la voluntad llegada la edad torna en tolerancia; sacrificio es esperar para experimentarlo, y creer no se será presa del pánico. Sacrificio es también pretender no recogerse con tiento, impregnado de humildad, comprendiendo que bumerán, alas, ídolos y ejes culminan, cuando ya no desde lejos, vuelvas a visitarte, visitándote.

Fernando Garcia M.