“La sátira en la
libertad de expresión”
(Plasticidad que
nada transmite)
“Cuál
es el valor de los versos,
Cuál
es realmente su importancia,
En
la soltura del lenguaje”
En un mundo donde los avances de la
erudición humana, disponen ampliamente la facilidad de expresarse a rebosar de
medida, concediendo a particulares y anónimos la autonomía práctica de decir lo
que se desea sin mayor vacilación o temor; porqué debe prohibirse el ser mordaz
en modo alguno, porqué debe violentar el escrúpulo cuanto pueda resaltarse con
una u otra intención.
“Cuál
es el sentir de las teclas,
Ahora
ya no lubricadas,
Por
aceites y tintas”
Fundamental derecho es el ingenio a los
hijos de la tierra, y en el debe existir también la sátira, recurso sutil o sobrecargado que acorde a la acentuación requerida,
goza de facultad suficiente como para manifestarse hasta rayar lo inadmisible, hasta
lograr el absurdo exacerbado, e inclusive, provocar con vanas imitaciones de precaria
calidad, cual evidente transcripción de ancestrales sarcasmos ya esbozados, cual
singularidad genial que evoca en contadas ocasiones, el espíritu que con
alusiones representa aquellos elementos encriptados en el carácter
antropomórfico; Virtudes y desperfectos que ascendiendo a lo sublimable
alcanzan posteridad indeleble entre desprecios y adopciones. Precisamente por
ello, es que en una sociedad donde abundan en demasía picos, silbidos y fauces,
declarando en magnéticas emisiones desde lo trivial hasta lo trágico, desde lo
sacro hasta lo pagano valiéndose de magnitud y frecuencia, los reflejos tienen
la obligación de llamarse rostros, así como los rostros tienen el compromiso de
hacerse pasar por sombras, relieves en todo caso de inteligibles que en esa
mascarada constante denominada vida colectiva, se desplazan sobre los
crepusculares carriles de la vejez, evadiendo la inevitable suerte de lo
demacrado, indefensión que incumbe expresamente al objeto de la palabra sentida,
bajo el cual es imperativo a veces, atender a lo morboso, a lo desacertado, a
lo incómodo y desagradable, como muestra de la repulsión plausible que reciproca
nos otorgamos los unos a los otros.
“Cuál
es aquella substancia,
Que
nutre la cadencia del verbo,
Entre
fantasmas de silicio,
Y
artesanos del discurso”
Entenderse debe bien la complicidad del
homenaje; Son celebraciones muy cortas aquellas que desgarran la certeza, envolviendo
aún en dolor, la consecución de algo que pueda ser interpretado. El
discernimiento de cualquier contexto contrario, de cualquier contexto a favor,
acarrea siempre reproche de parte y parte, censura inclusive, como si se
debiese evitar aquello que no nos agrada, renunciando en irreconciliable forma
al “aun cuando a uno regocije”,
expresión que en su practicidad encierra el credo absoluto del lenguaje, propósito
más interior que pueda atribuirse a representación alguna posible. Entonces,
porqué debe ser inherente el que sea de nuestra aprobación, porqué el que nos
caracterice como imaginamos ser realmente; También en algún momento hemos
recorrido las orillas de lo ponzoñoso aun al bordear el océano del perdón más
humilde.
“Qué
informa la coma,
Más
allá del básico ejercicio,
De
la apelación escrita;
Acaso
logra lastimar,
Permitiendo
le discriminen,
Acaso
discriminar
Permitiendo
le hieran
Sensiblemente”
Bien puede todo lo humano, disponer de
tegumentos y opiniones. La flema del criterio propio usualmente, cree capaz el
moderarse en sentido que sea agasajo la identidad de la escogencia asumida,
concibiendo a un tiempo consideración y mezquindad, al dar lugar al rechazo de
cuanto torture o sea punible en aquella esfera de lo moral e íntimo; en aquella
píldora sediciosa de lo que se acepta se diga, del nombre que benevolente la
sociedad nos ha asignado: Inocencia, cuando símil es también la procura de
nuestros celos e intenciones; Vergüenza, al ignorar la certidumbre que poseemos
del vicio ajeno. Decididamente irresponsable es la separación de cuanto sea
escaso en prudencia, experimentados en ridículo y empache en sabia comunión hemos
comprendido, que en ocasiones el ser a cabalidad rectos, nos tergiversa en
mecanismos excluyentes, alevosas formas en que suele ostentarse la inmundicia
de lo intachable.
“Libertad para decir lo que se quiera,
Aún estando equivocado”.
Fernando García M.
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