miércoles, 8 de julio de 2015


“La sátira en la libertad de expresión”

(Plasticidad que nada transmite)

“Cuál es el valor de los versos,
Cuál es realmente su importancia,
En la soltura del lenguaje”

En un mundo donde los avances de la erudición humana, disponen ampliamente la facilidad de expresarse a rebosar de medida, concediendo a particulares y anónimos la autonomía práctica de decir lo que se desea sin mayor vacilación o temor; porqué debe prohibirse el ser mordaz en modo alguno, porqué debe violentar el escrúpulo cuanto pueda resaltarse con una u otra intención.

“Cuál es el sentir de las teclas,
Ahora ya no lubricadas,
Por aceites y tintas”

Fundamental derecho es el ingenio a los hijos de la tierra, y en el debe existir también la sátira, recurso sutil o sobrecargado que acorde a la acentuación requerida, goza de facultad suficiente como para manifestarse hasta rayar lo inadmisible, hasta lograr el absurdo exacerbado, e inclusive, provocar con vanas imitaciones de precaria calidad, cual evidente transcripción de ancestrales sarcasmos ya esbozados, cual singularidad genial que evoca en contadas ocasiones, el espíritu que con alusiones representa aquellos elementos encriptados en el carácter antropomórfico; Virtudes y desperfectos que ascendiendo a lo sublimable alcanzan posteridad indeleble entre desprecios y adopciones. Precisamente por ello, es que en una sociedad donde abundan en demasía picos, silbidos y fauces, declarando en magnéticas emisiones desde lo trivial hasta lo trágico, desde lo sacro hasta lo pagano valiéndose de magnitud y frecuencia, los reflejos tienen la obligación de llamarse rostros, así como los rostros tienen el compromiso de hacerse pasar por sombras, relieves en todo caso de inteligibles que en esa mascarada constante denominada vida colectiva, se desplazan sobre los crepusculares carriles de la vejez, evadiendo la inevitable suerte de lo demacrado, indefensión que incumbe expresamente al objeto de la palabra sentida, bajo el cual es imperativo a veces, atender a lo morboso, a lo desacertado, a lo incómodo y desagradable, como muestra de la repulsión plausible que reciproca nos otorgamos los unos a los otros.


“Cuál es aquella substancia,
Que nutre la cadencia del verbo,
Entre fantasmas de silicio,
Y artesanos del discurso”

Entenderse debe bien la complicidad del homenaje; Son celebraciones muy cortas aquellas que desgarran la certeza, envolviendo aún en dolor, la consecución de algo que pueda ser interpretado. El discernimiento de cualquier contexto contrario, de cualquier contexto a favor, acarrea siempre reproche de parte y parte, censura inclusive, como si se debiese evitar aquello que no nos agrada, renunciando en irreconciliable forma al “aun cuando a uno regocije”, expresión que en su practicidad encierra el credo absoluto del lenguaje, propósito más interior que pueda atribuirse a representación alguna posible. Entonces, porqué debe ser inherente el que sea de nuestra aprobación, porqué el que nos caracterice como imaginamos ser realmente; También en algún momento hemos recorrido las orillas de lo ponzoñoso aun al bordear el océano del perdón más humilde.


“Qué informa la coma,
Más allá del básico ejercicio,
De la apelación escrita;
Acaso logra lastimar,
Permitiendo le discriminen,
Acaso discriminar
Permitiendo le hieran
Sensiblemente”

Bien puede todo lo humano, disponer de tegumentos y opiniones. La flema del criterio propio usualmente, cree capaz el moderarse en sentido que sea agasajo la identidad de la escogencia asumida, concibiendo a un tiempo consideración y mezquindad, al dar lugar al rechazo de cuanto torture o sea punible en aquella esfera de lo moral e íntimo; en aquella píldora sediciosa de lo que se acepta se diga, del nombre que benevolente la sociedad nos ha asignado: Inocencia, cuando símil es también la procura de nuestros celos e intenciones; Vergüenza, al ignorar la certidumbre que poseemos del vicio ajeno. Decididamente irresponsable es la separación de cuanto sea escaso en prudencia, experimentados en ridículo y empache en sabia comunión hemos comprendido, que en ocasiones el ser a cabalidad rectos, nos tergiversa en mecanismos excluyentes, alevosas formas en que suele ostentarse la inmundicia de lo intachable.

“Libertad para decir lo que se quiera,
Aún estando equivocado”.

Fernando García M.

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