lunes, 28 de marzo de 2016




“Control del martirio”

(Coraje al salir a completar el arriendo)

Con quizá cuantos
Pasajeros a bordo,
Decide salir de una
Ubicación horrible,
Guarida maltrecha,
De humos y ceniceros,
Batea de pecado entrañable,
De donde surgen,
Asombrosas transformaciones;
Crueles, impecables,
Forzadas y sin nombre,
Pues son muchos los cambios,
Cuando la personalidad,
Hambre posee,
De apariencias ajenas,
En imprudentes manifestaciones,
Desconocidas a la luz
De las conciencias,
En las frecuentes
Criaturas de Dios;
Confecciones de
Reproches consanguíneos,
Han de cubrir con modas mudas,
El inaceptable de sus sienes,
Sin corona ni cetro,
Al asumir un corazón en ruinas,
Por sobrevivir un alba más,
Entre espejos, rubor y peines;
Astillas de un imposible,
Que encajando
Va en lo insultante,
En lo insostenible,
Entregando esperanzas,
De que cierto día,
Todo sea diferente;
El amor es una
Ganancia social,
Un ademán ridículo
En la paciencia,
De que símil el deseo,
No sea de agresión;
De que la seducción
No genere recelo,
En la marcada indiferencia
De las transacciones,
Que corren como la lluvia,
Impactando desde lo alto,
Con el húmedo suelo;






El suave maquillaje,
En su duro rostro,
Arraigado va a la ofensa salvaje,
De los alaridos internos
Que le atormentan,
De los gritos de
Repudio que genera,                                     
En cada puerta, que
Con desprecio se cierra,
Ante su presencia,
De fragilidad bizarra;
Insoportables son,
Las identidades de sus clientes,
Tanto, que la ciudad
Las arrincona,
Mintiéndose al negar,
Decenas de encuentros,
Furtivos, degradantes, feroces;

Sin embargo,
La moralidad siempre
Se mantiene a salvo,
En escuelas, iglesias y parlamentos;
Recintos de inmundicia pútrida,
Donde se elaboran,
Mayores crímenes,
Que el afrontar,
La economía mezquina,
Teniendo las preferencias
Más presentes,
Que el perdón de credos
Y feligreses;

Con quizás cuantos
Pasajeros a bordo,
Ha decidido tomar,
El control de la noche;
Aún entre su aguada brisa fría,
Sorteando improperios,
Y consentidos moretones,
Por irrisoriedades
De entidades bancarias,
En un calidoscopio
De semen y sangre,
Donde a multiplicidad de grosores,
Acarrear debe su historia,
Con decenas de testigos,
Que coinciden sin saberlo,
En ese testimonio,
En el cual nadie ha de extrañarle,
Recordarle o padecerle,
Cuando desaparezca,
Venérea en lo ajado;

Precaria en sus tacones,
Acabados por los pasos,
De una vida arrastrada,
Disfrazada en estrógenos textiles,
Depredando la miseria de los ojos,
Defecando el arrepentimiento del placer,
De cuerpos que toman y desechan,
Sobre sus pómulos salidos,
Y sus manos de hombre.

Fernando García M.

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