(Causes que han
de sepultar las olas)
Como
agua la idea se filtra
Inundando
cualquier premonición,
Ahogando
cualquier alivio,
Siendo
aquello que siempre ha sido,
Destello
de falsa alegría,
La
lluvia en busca de su curso,
Agitando
rincones antes quietos,
Cediendo
después de todo,
Rastros
de esa dignidad callada,
Que
impávida la urbe solventa;
Vestigios
de arena y ramas esparcidas,
Marcas
de desechos desperdigados,
Por
la fuerza ahora minúscula,
De
decenas de discretos arroyuelos;
Turbia
la percepción de esperanza,
Se
ciñe en formas inanimadas,
Secándose
del modo que conoce,
Doblándose
en la condición previa,
A
aquel desconsuelo desgarrador,
Que
reposa para ser removido,
Por
bosquejos de apacible frenesí,
Sombras
de amena presencia,
Que
prolongan espectros silentes,
Hasta
sumarse a la noche;
Existen
fantasías de libertad,
Más
allá de muñecas y palmas,
Más
allá de huellas y pies,
Sin
embargo somos todos hombres,
Elogios
de una misericordia superior,
Mendicidad
inconcebible de lo súbito,
Indicio
de una suposición noble,
Que
enraíza y toma altura
Como
agua la idea se filtra,
Imparable
discurre entre las grietas,
De
expectativas y consecuencias,
Irrevocable
adquiere cuerpo,
En
el cieno indescifrable de lo dormido,
Forjando
miembros de sueños,
Para
poseer y deambular irresistible,
Para
colmar y vaciar en un mismo tono,
Aquella
indefensión obligatoria
Visión
terrible de desolación,
Masa
deforme de molestia incalculable,
Acaso
exige tu reino infinito,
Dilatadas
cavilaciones agobiantes,
Encendidas
divagaciones de luna,
Que
solo conducen a aquel
Certeza
de la extinción absoluta,
De
todo auxilio sosegante,
De
todo margen de cordura,
Libación
de pesadumbre incorregible,
Congoja
hiriente que comprimes el corazón,
Acaso
solamente han fijado tus afectos,
Saetas
de indecible dolor,
Premuras
de incontenible angustia,
Blanco
en la mansedumbre rasgada,
De
mi pecho desahuciado e íngrimo,
Docilidad
que devoran sin prisa,
Las
horas que acompasadas danzan,
Entorno
a esta incitación inagotable,
Deseo
de cesación y condena;
Nuevamente las estrellas,
Sin
carácter novedoso alguno,
Asumen
sus distancias acostumbradas,
Excluidas
de cualquier detallar posible,
Enaltecidas
en lo intocable,
Como
bóveda secreta de un maleficio mayor,
Para
condecorar mis hombros entumecidos,
Con
fulgores de años que apagados,
Fueron
esferas que cristalinas,
Se
astillaron en espantosa manera,
Ennudeciendo
los sentidos antes sueltos,
Desatando
padecimientos inestimables;
Oh
árida provocación de final,
Oh
dulce descanso venidero,
Humedecidas
las edificaciones,
Rebosantes
en emociones desconocidas,
Atiborradas
de luces y soledades,
Dotan
de vulgar escenario,
Al
revolotear insoportable de este tormento,
Manifestación
inconfundible,
De
ese anhelo que implica partida,
Ambición
de abandonarlo todo,
Y
ser cual la corriente negra,
Que
desprovista de vida huye,
A
envenenar el mar embravecido,
Lejos
de la ciudad y su gente.
Fernando
García M.