miércoles, 22 de junio de 2016

“Orilla a la nada”

(Espacio silente)

No posee rostro,
Y el resplandor del sol,
Sobre sus profundas aguas,
Recuerda el delicioso nombre,
De lo que corre sin detenerse,
Entre ondulaciones turbias;

En sus encantos no sabe,
Cuanto vale el estar seco,
Si nocivas víboras,
Sobre sus arenas simples,
Desaliñadas circundan,
Buscando los versos,
Que de mi pluma brotan.

Fernando García M.
“No. 3”

(Atornillado a la broma de lo llamado vida)

Autenticas pesadillas 
Conceptuales,
Al hacerse la realidad,
Largas toallas,
Cual lenguas de suegras,
Secan sus sudores,
Redimidos por el hambre,
Que indebida les muerde,
El parecer prudente,
Para que resignados reduzcan,
El costo de sus artículos,
Siendo rebaño asiduo,
Del negocio en cadena;

Precipitación de dinero,
Proveniente de diversas arcas,
De otros sudores también,
Que exigen con pánico,
Insultantes rebajas,
Ante insultantes cifras,
De inútiles productos,
Asequibles mediante esfuerzos,
En jornadas eternas,
De degradantes labores,
Que como la referida, 
Al secar sus saladas gotas,
Común y fúnebre representa;

Con frivolidad espeluznante,
Y escasa constancia,
Cual sueldo púdico
Desahuciado,
En autenticas pesadillas 
Conceptuales,
Que la realidad disímil,
Conforman y deshacen.

Fernando García M.
“No. 2”

De los fragmentos sin químicos,
La malla separa la planicie,
Frente a desubicados uniformados,
Que carecen de consciencia,
De los fragmentos sin químicos;

Preferible seria,
Mordiese alguien mi yugular,
Con incisivos de ebria armónica,
Pues pajarillos revolotean,
Mudos y sin colores,
Sobre el ardor de los árboles,
Cuando indios meditabundos,
Desesperan por la belleza,
De féminas sin vientres,
De tierra maciza;

De cuerpos tallados,
En multiplicables telas sintéticas,
Entre el aburrido ocaso,
Con aprisionados instantes,
Sin sutilezas, reclamos,
O fármacos.

Fernando García M.
“No. 1”

La inspiración,
Ella, musa divina,
Esencia reverberante,
De mágica naturaleza;

La inspiración,
Ella, nada me dice al callar,
Las tardes de los domingos;
Nada me cuenta al bajar,
Las tardes de los domingos;

El séptimo vagón del tren,
Lleva un día muerto,
Sin sazón o alegoría,
Sin alegría o pasión;
En el cual desconozco,
El modo más adecuado,
Para terminar un poema, 
Que ha iniciado mal,
Resaltando la ausencia,
Silente de tu persona.

Fernando García M.
“Cataratas”

(Algunas inducidas)

Las sombras de los árboles,
Con siluetas amarillas,
Ceden fama a la noche,
Con damas de luna,
Y enigmáticos reproches,
De locura y apariencia, 
Juventud y desengaño;

Las ramas reflejadas,
Con contornos brillantes,
Prestigio otorgan,
A lo nocturno y frió,
De crepuscular onirismo;
Con ninfas aladas,
Y ojos de estrellas,
Con palabras hostiles,
A sumisos escuchas,
Con silabas de pasión, 
Horror y tragedia;

Explicarse no puede,
Este indefinido estado,
Lo maravilloso
Suele ser nocivo,
Lo flagelante,
No siempre hace daño;

Oh dolor, en extremo,
Nubosidad engañosa.

Fernando García M.
“Somos”

(somoS)

Comunión biológica,
Comunión química,
Comunión atómica;
Hijos de si mismo,
Somos del universo.

Fernando García M.

martes, 21 de junio de 2016

“No existen relevos”

(Sin dobles, remedos o remedios)

Tantas cosas han sido,
Y habitando formas diversas,
Conocidas, y no lo suficiente,
Silabas se han secado,
En el articular de las bocas,
Que platican despaciosas,
Sin el ruido de las gentes;

Solamente los problemas conllevan,
A mayores dilemas posibles,
Que advierten, solicitan y desnudan,
Para hacernos objetos del deseo,
Anhelándose así mismo,
En un mutualismo vivo,
Que culpa y exonera,
Abandonando recuperadamente,
Reformando desolador,
En turgentes dimensiones;

En quimeras pasiones,
Humedecidas y áridas,
Cálidas y refrescantes,
En la interacción de indisolubles;
Torrentes que surcan intimidades,
Para manifestarse mal,
Para malearse manifiestos,
Con animalescas caracterizaciones,
En ardores instantáneos,
Congelando inhibiciones,
Salvando insalvables;

Para escoger rescatarse primero,
Para escoger rescatarte primero,
Para escoger rescatarnos,
Llamando al arrastre,
Tramando lo contráctil,
Premeditando consecuencias,
Sin recrear desenlaces;
Tomando parte sustanciosa,
En cabellos, rubores y velos,
Partiendo en cuáles aromas;
Acaso de efervescentes,
Acaso de improperios,
Para que sean tantas cosas,
Como las que pudiesen,
Pragmáticas y deficientes;

Un segundo aire meritorio,
Atemoriza la línea de lo normal,
Santificando escondites,
De regocijo y exceso,
De pudor obsoleto
Y falsos consejos,
Que ofrecen razones inclementes,
Al empoderar a la cordura,
Que reposa en los cuerpos,
Presta a cambiar instantánea,
De denominación habitual,
Ante la inusual dominación,
De los instintos cansados;

Calificando de innecesario,
Al decoro precisado,
Planificando un piquete certero,
Hasta el agotar de la sangre;
Condenado al vacilar salvaje,
Demasiado lindo para ser bello,
Muy poco hermoso
Para ser horrendo;

Sótano de las apreciaciones,
Donde solo importa el efecto,
Con sus moldes y siniestros,
Con sus mirares y universos,
Revolcándose al mezclar bandos,
Repasando trajes y sub-atuendos,
Con el valor de la carne,
Que se disculpa y arremete,
Para deslizarse a lo digestivo,
Que devorando permite enteros,
Hasta que los pies se encogen,
Para ser garras insistentes, 
En palmas y plantas,
Todas ellas impasibles,
Con algo de a poco,
Y un poco de tanto;

Para significar el adorar,
De rodillas maceradas,
A ese dios irracional,
Con cetro de incitación,
Coronado en altivo lodo,
Que se menciona susurrado,
Elogiando sus apodos;
Sabiendo seudónimos decentes,
Son inmisericordes a su justicia,
Pues ata y cancela, 
Revive y sugila,
Virilmente atento,
A la combinación del agradecer,
Con la facilidad del lamento;

Componiendo crueles travesías,
Donde rebeldes sus copas chocan,
Salpicando propicios,
De tiempos adhesivos,
A indómitos relieves;
Dueños de senderos,
Puertos de candelabros,
Con derretir prolongado,
Y agujas localizadas adrede,
En nucas, costillas y verbos;

Todo lo que correr puede,
Todo lo que palpita y perece,
Resurge con sublime ahínco,
Para caminar lentamente,
A velocidades intangibles,
Que arrojan prendas opresoras,
A la vez que ahogan 
Ajenos principios,
Lejanos a lo no prudente;

A lo masticable, 
A lo frágil y lastimable,
Que exige migajas de arena,
Para sofocar más su esencia,
Reconociendo elementos sentidos;
Instrumentos ambivalentes,
De silvestres inclinaciones comunes,
En particulares sin apellidos,
Frenados por siglos y credos,
Pareados en golpes de músculos,
Que en tersos evidenciares repiten,
La sedación de lo profuso,
Resulta insuficiente,
Para lograr lo profundo;

Para abordar sueños,
Que inútiles padecen temores,
Ante percepciones que se doblan,
Pliegan, postran y separan,
Cuando colinas son valles,
Y encuentros son extravíos,
En detalles que fósiles son,
De irreconciliables estéticas;
Disecados en eras de alaridos,
En sesiones de escándalos relajantes,
Con éxitos de adecuados fracasos,
Que implican el desproveer,
De expresión cualquiera,
No procedente del mover táctil,
Donde lo dérmico e inestable,
Cambia de dirección,
Retornando para 
Pasar a lo siguiente;

Advertencia incinerante,
Draga eres de fascinaciones hirientes,
Ulcerando voces aunadas,
Al auspiciar fosfenos astrales,
Que identifican y pervierten,
Dejando solas a las acciones,
Que absuelven y convierten,
Para caer en los ojos lagrimas,
Depredando lunas e insomnes;
Escoltando días e impensables,
Carentes de horario más adecuado,
Que aquel del provocado apetito,
Por cálcicos platillos dulces,
Cianurados entre astillas óseas,
Y aborrecibles predilectos;
Cruz elaborada meticulosamente,
Para ser de doble aposento.

Fernando García M.

viernes, 17 de junio de 2016

“Olimpiada promiscua”

(Reclama empates injustos)

Números en las partes,
De multitud de cuerpos,
Adoban el tablero cómplice,
Que símil a un bingo inquieto,
Azulejo y rojo en recuadros,
Ataca cual víbora sedienta,
Al sentirse ante el azar simple,
Vulnerable y amenazado;
Vómitos e hinchazón,
Avidez de fuertes dolores,
Provoca luego de arremeter;

Pintar áticos de siniestros,
En ese espacio desocupado,
Arriba en nuestras cabezas,
Allá en lo encumbrado incierto;
Más divertido suele ser,
Si se utiliza la sangre de lo sensible,
Si se esconde el lamento terrible,
Cual las calles principales,
Maquillan a las ciudades pobres,
Cuando insensatas celebran,
Eventos municipales;

Nótese la falsedad,
De los ingeridos por el mar,
Cortéjese el reto impúdico,
Dé pinceladas atroces,
En la paciencia de las luces,
Que al corazón irracional,
Muestran cifras incautas.

Fernando García M.
“Por aquellos inviernos caídos”

(Recoger nada se puede)

A todo aquel,
Que lo único que tenga,
Para contemplar inerme,
Sea la claridad de la lluvia,
En su bajar silencioso,
Ante el gris ocaso;
Dirijo estas palabras,
Para que guardar las pueda,
Adentro, en los latidos de la piel,
Que entre sueños rotos, 
Se esconden;

Tan solo poseo dos manos,
Y la amplitud de la tierra,
Que ingerir puedan estos ojos,
Para intentar la felicidad,
Ante el rigor de tanta pena;
Nada aqueja más,
A la frágil esperanza,
Que el silencio grave,
De aquellos labios sonrientes,
Que a lo lejos duermen,
Con anhelos prominentes,
De regreso sin retorno;

Platos vacíos,
Abandonan los apetitos,
Algunas veces escasos,
En satisfacción suficiente,
Otras, completamente saciados,
Hasta topar lo opresivo;
Sin embargo siempre,
Intenta gusto el motivo,
Que sustento esencial brinde, 
A la carne y sus anexos;

Y en este mirar negro,
Que aun despierto se mantiene,
No sujeta la brisa,
El ondear de sus cabellos,
No comprende la prisa,
Al diluir los recuerdos,
El tiempo incorregible,
Que amigo es de nadie;

Cuántas ocasiones más,
He de invocar solemne,
Tácitos conocidos,
Que sin saberlo compartan,
La soledad inaudible,
De estos oídos sumidos,
En el absurdo desahucie, 
Que evita ser minúsculo;

En la protuberancia triste,
De lo volátil e infranqueable,
Que se espesa en la cabeza,
En las calles y ventanas,
En los tejados recoloridos,
Hasta el secar de las gotas,
Por el resplandor tibio,
Hasta el ocultar de lo húmedo,
Entre las sombras de la luna;

Tan exclusivamente,
Me sobra un destino,
Que idea hábito ninguna,
De como aprovechar;
Y en tal oscuridad incandescente,
No traigo más que intuiciones,
Al agasajo de mentiras y verdades,
Que por decir tenga un hombre,
Para salvarse de si mismo;

Para eludir el fatal peso, 
De aquel devaluado nombre,
Que debe arrastrar íngrimo,
Por ese abismo insufrible,
Que es lo real saturado,
De redundantes injustos;
Fuera de la voluntad divina,
Ajeno al parecer celeste,
Impropio del agrado,
De lo reconciliable 
Y sucedido;

Las deterioradas fuerzas,
De esta aparición espectral,
Diezmándose van en días,
Faltos en títulos rimbombantes,
Donde nada se atribuye especial,
Al infante que contiene,
La esencia de su antiguo rostro,
Frente a los espejos ingratos,
De los vidrios empañados,
Por el clima impredecible,
Que indolente lava lo publico;

Pupilas sorprendidas,
Del atestiguar que clama alto,
Ante el correr de las fechas,
Que borran sin martirio,
La imagen de tal inocencia,
Con anhelos secuenciados,
De ser sin dejar de ser;

El peligro, la no certeza,
La imposibilidad, el desosiego;
Miles de adioses,
Vaciaré expelidos,
Al partir engreído,
En un no vuelvo más;

El olvido, la no melancolía,
La pasividad, el desconcierto;
Arcas de mensajes,
Sepultare perdidas,
Al expandir liberado,
En un no más luego,
El perpetuo enajenado,
De estos ojos pendencieros;

De este mirar elongado,
Que para contemplar solo tiene,
La calata lluvia fría,
Que en intocable bruma,
Desdichada se convierte,
Al besar las ganas perfectas,
De otra boca dependiente,
De otro afecto naciente,
Eximido de desanimo.

Fernando García M.