viernes, 17 de junio de 2016

“Por aquellos inviernos caídos”

(Recoger nada se puede)

A todo aquel,
Que lo único que tenga,
Para contemplar inerme,
Sea la claridad de la lluvia,
En su bajar silencioso,
Ante el gris ocaso;
Dirijo estas palabras,
Para que guardar las pueda,
Adentro, en los latidos de la piel,
Que entre sueños rotos, 
Se esconden;

Tan solo poseo dos manos,
Y la amplitud de la tierra,
Que ingerir puedan estos ojos,
Para intentar la felicidad,
Ante el rigor de tanta pena;
Nada aqueja más,
A la frágil esperanza,
Que el silencio grave,
De aquellos labios sonrientes,
Que a lo lejos duermen,
Con anhelos prominentes,
De regreso sin retorno;

Platos vacíos,
Abandonan los apetitos,
Algunas veces escasos,
En satisfacción suficiente,
Otras, completamente saciados,
Hasta topar lo opresivo;
Sin embargo siempre,
Intenta gusto el motivo,
Que sustento esencial brinde, 
A la carne y sus anexos;

Y en este mirar negro,
Que aun despierto se mantiene,
No sujeta la brisa,
El ondear de sus cabellos,
No comprende la prisa,
Al diluir los recuerdos,
El tiempo incorregible,
Que amigo es de nadie;

Cuántas ocasiones más,
He de invocar solemne,
Tácitos conocidos,
Que sin saberlo compartan,
La soledad inaudible,
De estos oídos sumidos,
En el absurdo desahucie, 
Que evita ser minúsculo;

En la protuberancia triste,
De lo volátil e infranqueable,
Que se espesa en la cabeza,
En las calles y ventanas,
En los tejados recoloridos,
Hasta el secar de las gotas,
Por el resplandor tibio,
Hasta el ocultar de lo húmedo,
Entre las sombras de la luna;

Tan exclusivamente,
Me sobra un destino,
Que idea hábito ninguna,
De como aprovechar;
Y en tal oscuridad incandescente,
No traigo más que intuiciones,
Al agasajo de mentiras y verdades,
Que por decir tenga un hombre,
Para salvarse de si mismo;

Para eludir el fatal peso, 
De aquel devaluado nombre,
Que debe arrastrar íngrimo,
Por ese abismo insufrible,
Que es lo real saturado,
De redundantes injustos;
Fuera de la voluntad divina,
Ajeno al parecer celeste,
Impropio del agrado,
De lo reconciliable 
Y sucedido;

Las deterioradas fuerzas,
De esta aparición espectral,
Diezmándose van en días,
Faltos en títulos rimbombantes,
Donde nada se atribuye especial,
Al infante que contiene,
La esencia de su antiguo rostro,
Frente a los espejos ingratos,
De los vidrios empañados,
Por el clima impredecible,
Que indolente lava lo publico;

Pupilas sorprendidas,
Del atestiguar que clama alto,
Ante el correr de las fechas,
Que borran sin martirio,
La imagen de tal inocencia,
Con anhelos secuenciados,
De ser sin dejar de ser;

El peligro, la no certeza,
La imposibilidad, el desosiego;
Miles de adioses,
Vaciaré expelidos,
Al partir engreído,
En un no vuelvo más;

El olvido, la no melancolía,
La pasividad, el desconcierto;
Arcas de mensajes,
Sepultare perdidas,
Al expandir liberado,
En un no más luego,
El perpetuo enajenado,
De estos ojos pendencieros;

De este mirar elongado,
Que para contemplar solo tiene,
La calata lluvia fría,
Que en intocable bruma,
Desdichada se convierte,
Al besar las ganas perfectas,
De otra boca dependiente,
De otro afecto naciente,
Eximido de desanimo.

Fernando García M.

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