“Evocación del enamorado distante”
Al papel de mucho conocido,
Desterrada entre círculos negros,
Opacada entre líneas oscuras,
Destinada a ser el olvido,
De labios que puedan leerle,
Con devoción y encomio;
A la extensión de tal planicie,
Inmaculado abismo blanco,
Donde acentúa tildes y comas;
Abierto campo de pétalos coloridos,
Donde solía combatir fervorosa,
Imponiéndose sobre tristezas y culpas,
Dimanando esperanza y ternura,
En figuras de organicidad cristalina;
La soltura de su tinta,
Ligera ilusión emisaria,
Siendo esencia indeleble,
De abnegación y desvelo;
Siendo primor de corazón expuesto,
Sujeto a la voluntad suprema,
De aquella brisa salina,
Que imprudente besa la arena;
La danza de su cobrizo colmillo,
Diáfano estilete delicado,
Que inocente de cualquier duda,
Recorrer solía suspiros y llanto,
Sin precisar concesión alguna,
Pues integra licencia poseía,
De emociones y afectos;
De pasión y picardía risueña,
Formaba afincándose propia,
En la fineza de su lenguaje,
Ejerciéndose dueña
De relieves y texturas,
De silencios e insinuaciones sensuales,
Que cobraban inicio y desenlace,
En el fundir de los cuerpos;
Atrapada en perennes vacilaciones,
Excluida entre decisiones marcadas,
Que obligan al alma liviana,
Al indefendible pesar grisáceo,
Horror innatural y exasperante,
De acallar la voz sufrida,
Que surgiendo de lo interior,
Reclama el renovador júbilo,
De la caricia negada,
De la frase no concedida;
Revestida en temeridad y valentía,
Embebida en el objeto irreprochable,
De su sublime cometido;
Ansioso anhelo que busca,
Despertar aquellos sentidos,
Que en el sin pasar de los días,
Cubiertos de hollín y zozobra,
Trucado se han en vacuas sensaciones;
Desprecio y desdén dolido,
Cansancio y enconado rencor,
Que niegan a los frágiles latidos,
La veracidad de un mañana,
Colmado en dulce afición;
La libertad de su tono esbelto,
Trazos de elevados deseos,
Que narrar solían solemnes fantasías;
Vivencias del espíritu dormido,
Que en carrera surcaba la noche,
En hallazgo de ese afán noble
Que sutil le embelesaba y movía,
Siendo albedrío de su apego,
Resplandor en la espesa penumbra,
Cundida en sobresalto y temores;
El matiz de sus siluetas,
No obstante hoy se acobarda,
El puño que le conduce,
Cautivo en temblorosas reflexiones;
Sollozante como otras veces,
Mas ahora, sospechándose definitivo,
En el dolor de sus letras caídas,
En el pavor del hastío pérfido,
Que todo lo tergiversa en recuerdo,
Engendrando silente abandono;
Qué habéis volado,
Tan encumbradamente;
Que siendo verdes,
La costa habéis contemplado,
En faroles sumergidos;
Posada su palma en la mía,
Sobre la candidez de aquella tez pía,
Dibuje sobrado mi entendimiento,
Relicarios de inmarcesibles versos,
Que le veneren siempre,
Cual inmortal señora,
Razón de mis sentimientos.
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