“Lo vano y
diciente”
(Diez de nuevo y once)
Aún cerrados mis puños,
Desean rostros de mundo;
Si los ojos mascaras no fueran,
Del alma que herida se esconde,
Cuán diáfano seria el susto,
Que vuestros labios estremeciera,
Cuán justo el horror deforme,
Que ahogaría vuestros respiros;
Destrozos de límpidas cavilaciones,
Madejan ideas inconclusas;
Impulsos tras rojos telones,
Donde la trama enervada,
Encrespa y subleva toda calma,
Donde la fama venidera confiesa,
Sencillas atrocidades regias,
Guiadas para infundir pasiones,
Desatadas en la repulsión postrera;
Mis puños aún cerrados,
De mundo rostros desean;
Debo insistir en desafiarme,
En dejarme al albedrio infame,
De tratar no ser lo mismo,
Al diferenciarme en sin contextos,
Que se traducen irresistibles,
Mediante aquella manera,
Sincera y despreciable,
Donde dolor es regocijo;
Cavilaciones de límpidos destrozos,
Inconclusas ideas madejan;
Todo en el borde es ruidoso,
Cualquier color amenazante,
Todo mirar resulta un desierto,
Con lunares de arco bruñido,
Siendo cielo de estrellas,
Y alacranes rastreros,
Desaparición sublime,
De tanta vigilia siguiente;
*Divino desfase diurno,
Cuando impredecible el clima,
Entre nubes facilita tu soltura,
Ocultas acaso las horas aquellas;
Percepciones disipadoras,
De toda lozanía serena,
Envejecer del apetito,
De la voluntad y la carne;
El hombre pasea su libertad,
Empleando modales sutiles,
Entrenándole en su mejor disfraz,
Al entregarle plenitud forzosa,
De ser universo y destino;
Al ensañar contra la caja ósea,
Tal contienda de texturas,
Enjambre de ansiedades surtidas,
Procuradas al arrojo torpe;
Figura que en rasgos reconocibles,
Muestra al mendigar la imagen,
El aspecto propio y desgarbado,
De tan prominente sombra;
Terso busto decidido,
Que prospera en garbo inquiridor,
A esa incertidumbre dura,
De evitar siempre los posesivos,
Que vivacidad impliquen,
Al pretender lo personal.
Fernando García M.
(Diez de nuevo y once)
Aún cerrados mis puños,
Desean rostros de mundo;
Si los ojos mascaras no fueran,
Del alma que herida se esconde,
Cuán diáfano seria el susto,
Que vuestros labios estremeciera,
Cuán justo el horror deforme,
Que ahogaría vuestros respiros;
Destrozos de límpidas cavilaciones,
Madejan ideas inconclusas;
Impulsos tras rojos telones,
Donde la trama enervada,
Encrespa y subleva toda calma,
Donde la fama venidera confiesa,
Sencillas atrocidades regias,
Guiadas para infundir pasiones,
Desatadas en la repulsión postrera;
Mis puños aún cerrados,
De mundo rostros desean;
Debo insistir en desafiarme,
En dejarme al albedrio infame,
De tratar no ser lo mismo,
Al diferenciarme en sin contextos,
Que se traducen irresistibles,
Mediante aquella manera,
Sincera y despreciable,
Donde dolor es regocijo;
Cavilaciones de límpidos destrozos,
Inconclusas ideas madejan;
Todo en el borde es ruidoso,
Cualquier color amenazante,
Todo mirar resulta un desierto,
Con lunares de arco bruñido,
Siendo cielo de estrellas,
Y alacranes rastreros,
Desaparición sublime,
De tanta vigilia siguiente;
*Divino desfase diurno,
Cuando impredecible el clima,
Entre nubes facilita tu soltura,
Ocultas acaso las horas aquellas;
Percepciones disipadoras,
De toda lozanía serena,
Envejecer del apetito,
De la voluntad y la carne;
El hombre pasea su libertad,
Empleando modales sutiles,
Entrenándole en su mejor disfraz,
Al entregarle plenitud forzosa,
De ser universo y destino;
Al ensañar contra la caja ósea,
Tal contienda de texturas,
Enjambre de ansiedades surtidas,
Procuradas al arrojo torpe;
Figura que en rasgos reconocibles,
Muestra al mendigar la imagen,
El aspecto propio y desgarbado,
De tan prominente sombra;
Terso busto decidido,
Que prospera en garbo inquiridor,
A esa incertidumbre dura,
De evitar siempre los posesivos,
Que vivacidad impliquen,
Al pretender lo personal.
Fernando García M.
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