“Sol dulce”
(Sublime boca) Marea
empedrada,
Dulzaina de sol,
La musa me aclama,
Perdiendo la voz;
Revolcándome
con su fuego,
Dilatándome las pupilas;
Indeseable, inconsolable,
Relegado a lo aturdido,
Innecesario a su ser;
Consumida
la hoguera,
Luego del resplandor,
Cual cenizas y humo,
Siempre resulta inútil,
El fraguar sin letras sucintas;
El
pensar sin revoluciones,
Que den cobertura,
A la credulidad, a la fe,
En aquellas actuaciones,
Que desmientan desentendidos;
Permitiéndole
como mujer,
Sea ella quien manipule,
A su antojo los elementos,
Que originan rimas;
Comienzos
y finales,
Se suceden a cada momento,
Quizás sin avisos celestiales,
Quizás sin la piedad que tienes;
Al
afincar la pluma,
Lástima traigo de mí,
Con las rodillas laceradas,
Con las palmas temblosas;
Suplicante y exacerbado,
Por algo tuyo que concrete,
Tantos indistintos sueltos,
Que adquieren práctico sentido,
Solo mediante ese frenesí,
Delicado é imparable;
Entonces,
al escapar del mundo,
Si deseara correr lo haría,
También en tu nombre;
Atribuyéndome la culpa,
De este amor, de este querer,
Que si hubiese de condenarme,
Purgaría gustoso;
Sentenciado
a la sombra,
De ese candor solícito,
Que me desnuda la razón,
Entre ilusiones infinitas;
Entre
artículos religiosos,
Que sin virtud alguna,
Alejan su lumbre de mis ojos,
Revelando la forma oculta,
En la que debo confundirme,
Para acercarle exacta,
Sin duda en semejanza,
De entidad pagana;
Solido
y cerrado,
Por dentro, en su dureza,
Mineral es el corazón,
Cuando se comporta como piedra,
Que rodeada de humedad,
Ignora la corriente fresca;
Caso
aquel no es el nuestro,
Pues humedecidos pálpitos,
Atados y suprimidos,
Hallamos en este haber,
De mensajes susurrados,
En voluptuosa pasión,
Que descompone para bien,
Cosas que mucho mal suponen;
Empedrada
marea,
Soleada melodía,
He de elevarme etéreo,
Entre promesas de encuentro;
Dulzaina de sol,
La musa me aclama,
Perdiendo la voz;
Dilatándome las pupilas;
Indeseable, inconsolable,
Relegado a lo aturdido,
Innecesario a su ser;
Luego del resplandor,
Cual cenizas y humo,
Siempre resulta inútil,
El fraguar sin letras sucintas;
Que den cobertura,
A la credulidad, a la fe,
En aquellas actuaciones,
Que desmientan desentendidos;
Sea ella quien manipule,
A su antojo los elementos,
Que originan rimas;
Se suceden a cada momento,
Quizás sin avisos celestiales,
Quizás sin la piedad que tienes;
Lástima traigo de mí,
Con las rodillas laceradas,
Con las palmas temblosas;
Por algo tuyo que concrete,
Tantos indistintos sueltos,
Que adquieren práctico sentido,
Solo mediante ese frenesí,
Delicado é imparable;
Si deseara correr lo haría,
También en tu nombre;
Atribuyéndome la culpa,
De este amor, de este querer,
Que si hubiese de condenarme,
Purgaría gustoso;
De ese candor solícito,
Que me desnuda la razón,
Entre ilusiones infinitas;
Que sin virtud alguna,
Alejan su lumbre de mis ojos,
Revelando la forma oculta,
En la que debo confundirme,
Para acercarle exacta,
Sin duda en semejanza,
De entidad pagana;
Por dentro, en su dureza,
Mineral es el corazón,
Cuando se comporta como piedra,
Que rodeada de humedad,
Ignora la corriente fresca;
Pues humedecidos pálpitos,
Atados y suprimidos,
Hallamos en este haber,
De mensajes susurrados,
En voluptuosa pasión,
Que descompone para bien,
Cosas que mucho mal suponen;
Soleada melodía,
He de elevarme etéreo,
Entre promesas de encuentro;
Acudiendo
a ella,
Para que al oído me diga,
Aquel pronóstico
Que conocen los astros,
Pero callan comedidos,
Por guardarnos el contento.
Fernando
García M.
Para que al oído me diga,
Aquel pronóstico
Que conocen los astros,
Pero callan comedidos,
Por guardarnos el contento.
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