“Escuchad
al reo”
(Difuntos
ecos de comas)
Mis
ojos en fuego,
Mi
boca cerrada,
Son
tantos minutos,
Tan
recio el destierro,
Secos
los respiros,
De
este vientre mío;
Padecer
que de a poco desencaja,
Como
escombro de nuevo,
Como
hoguera que se alza,
Pasando
muchos olvidos,
En abierta carcajada;
Tengo
un par de juegos,
Que
me inspiran casi a nada,
Poseo
también argumentos,
Que
se explican sin tanto drama;
A
veces doy más por un corazón,
Como
este que llevo, tuerto y vacío,
Que
por mil almas aladas,
Que deseos no eleven impíos;
Mis
pupilas rojas,
En
el carmesí horizonte,
Son
llamas las silabas,
En
esta pesadez diciente,
Cojas
las esquinas,
De
esta imperfección exacta;
Si
pudiese deshacerme de algo,
Por
aligerar la carga,
Tiraría
por la borda el ego,
Muy
junto ataría las ganas,
De
ser más válido entero,
De
ser más sincero salido,
De
entre la percepción indignada,
De
ver gente abismada,
Al notar ahogado tan discreto,
Con tan cálida mirada;
Deshonesto
el fondo,
Ha
de recibir huesos en cadenas,
A
la reliquia de sumarse canas,
Enhebradas
en los cabellos,
A
las arrugas de más logradas,
En
pasos tan poco maltrechos;
Y
estos ojos míos en fuego,
Y
esta boca mía cerrada,
Falto
en cura definitiva,
Parco
en alivio de fama;
Par
tretas sabidas a sarna,
Son
el engaño y la constancia,
Al formar un cuerpo muerto,
Que
aún sin aliento,
Pronuncie palabra.
Fernando
García M.
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