“Terrores nocturnos”
(Lémures pueriles legados al hombre)
Al arribo de la noche,
El corazón retoma hambriento,
Sueños de imposibles distantes,
Fuerzas que recupera de momento,
Sabiendo que perderá después;
Si la piel descansar pudiese,
De la impávida vejez;
Si pudiese ajarse un poco menos,
Un poco más lento,
Cediendo quizás algo,
Que permitiese la esperanza;
La ilusión, aquella ambición de dicha,
Lograse elevarse nuevamente,
Más allá del abovedado cielo;
A la ascensión de la luna,
Suplicio de infinito silencio,
El alma que escapa y retorna,
En agitaciones y calmas,
Reposa desposada al insomnio,
En ideas que revolotean sueltas,
Animándose a otros humores;
Adentrándose en regiones crepusculares,
Parpados que caen húmedos,
Labios que sellan olvido;
Si los ojos alcanzasen a contemplar,
Aún cuando fuese un atisbo delicado,
De eternidad y misericordia,
Aún cuando el resplandor etéreo,
Oh cuánta seria la alegría,
De estas opacidades curvas,
Que privan y conceden reflejos,
De siluetas que surgen silentes,
Resignadas al desvanecimiento;
Siervas de la mayor crueldad,
Complacientes asumen las manecillas,
Ciclos y ciclos que cambian,
Orlados velos que descienden,
En terrible huida a lo irremediable,
Decantando continuidad y abandono;
Guiando en senda profunda,
Al espíritu que duda y suspira,
Ante cavilantes certezas,
Ante inestables persuasiones;
Arco de plata refulgente,
Indiferencia de voces dolidas,
Acaso puedes librarte de esa aura tuya,
Acaso ungirte en una fragancia distinta;
Aquellos pasos que deslizas,
Impasivos hasta el ocaso cristalino,
Vacíos aproximan pausados,
El más mortal de los consuelos;
Fantasías de la infancia ida,
Espectros que reptando lo ingenuo,
Mudaron lustrosos relieves,
En vertiginosas aristas,
De sólidos temores.
Fernando García M.
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