“Sutura de punto
simple”
(Dehiscencia,
condura que marchas)
Espero
al sangrante de la una en punto,
Espero
asome heridas,
Como
si no existiese más nada,
Como
si no existiese otra vida,
Que
pudiese ser salvada;
Al
afrontar sus bordes salados,
La
muerte que sabe tomarlo todo,
Subirá
muñecas a codos,
Conociendo
aquellos formalismos;
Coincidiendo
en que siempre es el cuello,
Quien
primero libera el alarido,
Como
señal de sed y sosiego;
Voy
a distraerme cuanto pueda,
Voy
a olvidar su humanidad,
Voy
a clavarle aquellas maneras,
Que
suelen sumisas pasar imperceptibles,
Para
lamerme el insomnio,
Enjugándome
la cara al volver,
Listo
para cuando vuelva,
Él
como yo;
Aguardo
el afán de sus palmas,
Temblando
hasta romperse caritativas,
Lamentando
odio y venganza;
Fabricando
una nueva hazaña,
Que
me desproteja otra vez,
Quizás
con algo de suerte,
Frente
a su rival desprestigiado;
Frente
a su imagen enorme,
De
animal bestializado,
De
humano sensibilizado,
Para
ser escoria y hastió;
En
este hundiré mis garras,
Sutiles
y suaves, lentamente;
En
este lo hare sin contemplación,
Sin
rastro de sedación infiltrante,
Tratando
de grabar su rostro miserable,
Para
maldecir a sus hijos y mujer otro día,
Con
más veneno barato y falsas certezas,
Con
más de esa variedad de vacío,
Que
puedo ofrecer a su clase,
Sin
mayor deseo que descomposición,
Desde
mí encomendado inútil;
Espero
al sangrante de las tres menos cuarto,
Imploro
sacuda saliva y aliento,
Chapado
en cal de fosas airadas,
Esparciendo
despreciable sustancia,
Escupiendo
significativa misericordia;
Qué
importa una huella en el piso,
Esquivando
la suciedad nauseabunda,
De
su incapacidad ridícula,
De
permanecer en pies, cascos o uñas;
La
noche corre a decenas,
Minutos
despilfarra la tragedia,
Desperdigando
las sobras inciertas,
De
la adrenalina pasmada,
Por
la crueldad de la indiferencia,
Que
me hace añorar que muera,
Otra
luna que no sea hoy;
Otra
luna cualquiera, afuera,
Disfrazado
de cualquier cosa,
Inclusive
de honradez y esperanza;
Y
al incrustar la aguja,
Tirando
a cortar, el hilo,
Reagrupa
la facie caída,
De
un peligro indecible,
De
un horror impasible;
Mi
invulnerable compasión,
Maltrata
su esteticidad,
Mancilla
su mancilles,
Desacomodando
aquel desorden,
En
un saco de desperdicio,
Atado
en retazos dispuestos,
Para
que sea cicatriz y vergüenza;
Mascara
de sórdido infame,
Que
escapa para caer ocasionalmente,
A
veces con más ansias que destino,
A
veces con más azar que perdón;
Agítanse
las viseras,
Lavando
penurias y decepciones,
En
pócimas de euforia y festejo;
Relájanse
los músculos,
Haciendo
solicitud solemne,
Del
filo que ataca y se hunde,
Que
rueda y torna a ocultarse,
Profundo
hasta la expresión descifrable,
De
mis ojos condensando hogueras esbeltas,
Que
imploran decesos y cadáveres,
Cadáveres
y decesos también,
Sin
reparar en un orden consecuente,
Mutilando,
profanando, inanimando,
Desbalanceandolo
todo, a la manera que sé,
A
la manera que se me permite hacerlo;
Inoculando
delicadamente aquellas voces,
Deslizándome
enlentecidamente, sin prisa,
Por
entre la calamidad de sus vientres,
Por
entre las cavilaciones de sus huesos,
Sorbiendo
pausadamente el estático,
De
sus estancias y partidas,
De
sus agonías y remedios;
Anhelando
crezcan o engendren,
Algo
que alcance a zurcir con tal violencia,
Que
las intensiones del agresor,
Sean
presagios de fe y buena voluntad,
Luego
de probar mis manos.
Fernando
García M.
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