viernes, 4 de octubre de 2024


“Sutura de punto simple”
 
(Dehiscencia, condura que marchas)
Espero al sangrante de la una en punto,
Espero asome heridas,
Como si no existiese más nada,
Como si no existiese otra vida,
Que pudiese ser salvada;
 
Al afrontar sus bordes salados,
La muerte que sabe tomarlo todo,
Subirá muñecas a codos,
Conociendo aquellos formalismos;
Coincidiendo en que siempre es el cuello,
Quien primero libera el alarido,
Como señal de sed y sosiego;
 
Voy a distraerme cuanto pueda,
Voy a olvidar su humanidad,
Voy a clavarle aquellas maneras,
Que suelen sumisas pasar imperceptibles,
Para lamerme el insomnio,
Enjugándome la cara al volver,
Listo para cuando vuelva,
Él como yo;
 
Aguardo el afán de sus palmas,
Temblando hasta romperse caritativas,
Lamentando odio y venganza;
Fabricando una nueva hazaña,
Que me desproteja otra vez,
Quizás con algo de suerte,
Frente a su rival desprestigiado;
Frente a su imagen enorme,
De animal bestializado,
De humano sensibilizado,
Para ser escoria y hastió;
 
En este hundiré mis garras,
Sutiles y suaves, lentamente;
En este lo hare sin contemplación,
Sin rastro de sedación infiltrante,
Tratando de grabar su rostro miserable,
Para maldecir a sus hijos y mujer otro día,
Con más veneno barato y falsas certezas,
Con más de esa variedad de vacío,
Que puedo ofrecer a su clase,
Sin mayor deseo que descomposición,
Desde mí encomendado inútil;
 
Espero al sangrante de las tres menos cuarto,
Imploro sacuda saliva y aliento,
Chapado en cal de fosas airadas,
Esparciendo despreciable sustancia,
Escupiendo significativa misericordia;
Qué importa una huella en el piso,
Esquivando la suciedad nauseabunda,
De su incapacidad ridícula,
De permanecer en pies, cascos o uñas;
 
La noche corre a decenas,
Minutos despilfarra la tragedia,
Desperdigando las sobras inciertas,
De la adrenalina pasmada,
Por la crueldad de la indiferencia,
Que me hace añorar que muera,
Otra luna que no sea hoy;
Otra luna cualquiera, afuera,
Disfrazado de cualquier cosa,
Inclusive de honradez y esperanza;
 
Y al incrustar la aguja,
Tirando a cortar, el hilo,
Reagrupa la facie caída,
De un peligro indecible,
De un horror impasible;
Mi invulnerable compasión,
Maltrata su esteticidad,
Mancilla su mancilles,
Desacomodando aquel desorden,
En un saco de desperdicio,
Atado en retazos dispuestos,
Para que sea cicatriz y vergüenza;
Mascara de sórdido infame,
Que escapa para caer ocasionalmente,
A veces con más ansias que destino,
A veces con más azar que perdón;
 
Agítanse las viseras,
Lavando penurias y decepciones,
En pócimas de euforia y festejo;
Relájanse los músculos,
Haciendo solicitud solemne,
Del filo que ataca y se hunde,
Que rueda y torna a ocultarse,
Profundo hasta la expresión descifrable,
De mis ojos condensando hogueras esbeltas,
Que imploran decesos y cadáveres,
Cadáveres y decesos también,
Sin reparar en un orden consecuente,
Mutilando, profanando, inanimando,
Desbalanceandolo todo, a la manera que sé,
A la manera que se me permite hacerlo;
 
Inoculando delicadamente aquellas voces,
Deslizándome enlentecidamente, sin prisa,
Por entre la calamidad de sus vientres,
Por entre las cavilaciones de sus huesos,
Sorbiendo pausadamente el estático,
De sus estancias y partidas,
De sus agonías y remedios;
Anhelando crezcan o engendren,
Algo que alcance a zurcir con tal violencia,
Que las intensiones del agresor,
Sean presagios de fe y buena voluntad,
Luego de probar mis manos.
 
Fernando García M. 

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