“Vestigios forjadores de sombras”
(Acompañantes)
Para todos los amantes,
Para todas aquellas bestias,
Nocturnas y carnívoras;
Para tantas almas desplazadas,
Subvaloradas y vendidas,
Existe un predicamento maligno,
Un excedente favorecido,
Por cuanto es inestable y conmovedor;
Más allá del amor,
Más allá de la saciedad,
Más allá de cualquier ilusión,
Habita para el corazón minusválido,
Un último veneno respetable;
Motivo por cual morir arrodillado,
Ungido en llanto sin piedad,
E insectos de aguijones largos;
¿Acaso se ha escuchado en milenios,
De un crimen mayor que la esperanza,
De un engaño mayor que el placer?
Generaciones sobre generaciones,
Arrinconando soledades eternas,
Colisionan cuerpos desde siempre,
Intentando un escape definitivo;
Moldeando un motivo distinto,
Que igual después del después,
Ofrece harapos de piel cansada,
Voluntad vencida y desvencijada;
Ultraje de la efervescencia,
Que en desesperado afán clama,
Por ocultar con pudor,
Todo rastro de desnudez;
Para todos los errantes,
Para todos los desterrados,
Repulsiones del paraíso germinal;
Para tantas voces añadidas,
Arrepentidas y olvidadas,
Deambula aún un secreto ignominioso,
Una receta de infamia detestable,
Que resume vida en decepción,
Y reiteración en deceso;
Más allá del hastió,
Más allá del apetito,
Más allá de cualquier posesión,
Circunda para el palpitar hendido,
Del pecho que maltrata y sufre,
Un espíritu capaz de arrebatar y devolver;
Fuerza enceguecida que exalta,
Tendones y nervios menguados,
Con singular fervor salvaje;
¿Acaso reposa en los anales de la historia,
Atrocidad más cruel que el anhelo,
Desperdicio más grande que la satisfacción?
Labios sobre palabras diversas,
Corroída la humanidad despreciable,
Designado ha, color y sonido,
A aquellas emociones que subterráneas,
Fluctúan cual muecas silentes,
Tras rostros, oídos y miradas,
Concediendo lugar en cielo e infierno,
A toda clase de asesinos y mártires;
Confiriendo paz sublime e interminable castigo,
Por cuanto en apariencia notable,
Exhiba aspecto de justo y pecaminoso;
Inmaculada la lascivia,
Madre magnificada de la era moderna,
Revela al punto de su vejez decadente,
Escabrosos detalles de hombres y mujeres;
Aborrecibles secretos de pliegues y cavidades,
Turbias fibras pulsátiles que danzan,
Entregando argumentos a la noche,
Para que alejándose del alba,
Acelere el curso de calamidades y deleites;
Facilitando sean sin cavilación ninguna,
Pétalos los pétalos como carne la carne,
Macerándose todo en ese carmesí opulento,
Que triunfante permite sedación y dolor;
Execrables sensaciones que vacían y sustituyen,
Acolitando se arrastren y enloden,
Al compás de sus latidos ancestrales,
Infinidad de fieras infelices;
Resabios de la imperiosa tentación,
Hoy simplemente acompañantes.
Fernando García M.
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